Jorge Boccanera, poeta argentino (1952) autor de una decena de libros, premio Casa de América 2008.
¿Por qué cultiva la poesía?
En mi infancia en un puerto del sur bonaerense, lleno de marineros y forasteros, un lugar que visitaron alguna vez piratas como Sir Francis Drake y científicos como Darwin, se me fueron imponiendo historias, pero no con forma de relatos, sino con imágenes visuales fuertes; y también la música de los versos. A partir de allí no dejé de garabatear y de debatirme dentro de esta respiración que posee la poesía. Mejor dicho: la búsqueda de la poesía.
Su último libro Palma Real ha ganado el Premio Casa de América de la Poesía 2008. ¿Cómo define esta obra?
Lo inicié en Costa Rica en 1995 y se transformó en un abultado cuaderno de notas, hasta que lo terminé en Argentina el 2007 como un libro exiguo. El ritmo lo impone esa poesía que a veces tira de la lengua. Lo anima la floresta, el ramaje. Tiene que ver con una selva que yo dibujo a lápiz, que también está en mi interior y que excede lo contemplativo. El poeta argentino Juan L. Ortiz decía que él veía en el paisaje las relaciones… Me conmovió allí, lo enmarañado que contenía todos los sabores y los olores, todas las formas y las texturas, y las vidas y las muertes.
El eje del libro es el movimiento; una fronda que come imaginación, ése es su modo de crecer. La protagonista es la palmera, la esbelta, la que respira viajes. Allí pude instalar mis obsesiones: la pasión, el exilio, la muerte, la solidaridad. Y dialogan en ese sueño pájaros y reptiles, pero también personajes como Rimbaud y Ana Frank. En esa selva está la plenitud, pero también los árboles talados de mi generación.
¿En qué obra trabaja ahora?
Trato de darle forma a un nuevo libro de poesía que tiene un título provisorio: Monólogo del necio. Pero me cuesta. A ratos pienso que el poeta tiene una imagen, un tema frente a los ojos (los ojos del sueño, claro) y empieza a hablarle. Ese “hablar” puede durar mucho, justamente en el momento en que el poeta debe hacer silencio, el que empieza a hablar es el poema. Estoy a la espera de que eso suceda.
¿Qué poetas bolivianos conoce?, ¿qué de nuestra literatura?
Incluí en algunas antologías de poesía latinoamericana que me tocó hacer en México, a poetas como Jesús Urzagasti, Jaime Sáenz, Matilde Casazola, Yolanda Bedregal y, entre otros, Héctor Borda Leaño, a quien conocí personalmente en la Argentina convulsionada de los 70. En el exilio trabé amistad con un escritor lúcido que me deslumbró: René Bascopé Aspiazu, poeta, narrador, ensayista, periodista y, sobre todo, un ser querible, íntegro, inteligente. También conocí a Gumucio Dagrón y poetas con los que compartimos algunos festivales como Shimose y Mitre. En narrativa sigo a mi amigo Taboada Terán y espero meterme más a fondo en narradores como Augusto Céspedes, Quiroga Santa Cruz, el Sáenz de Felipe Delgado.
¿Por qué, a diferencia de la narrativa, es tan débil el circuito de difusión de la poesía entre los países latinoamericanos?
Si la palabra “difusión” tiene que ver con los grandes medios de prensa, no sólo la poesía se va quedando en los márgenes. En términos del interés de las editoriales, sí, es un circuito nimio respecto a los otros géneros. ¿Por qué? La poesía no va con una época de indiferencia y de indagación escasa, de poca curiosidad y de lenguaje pobre. Hace poco puse atención a la jerga que usan los jóvenes en argentina, me llamó la reiteración, casi como muletilla, de la “obvio”. Yo digo: si todo es obvio, no hay misterio. Y sin misterio es difícil vivir, ¿no?
Como a los futbolistas: ¿Feliz por ser una de las estrellas del Festival de Poesía de Bolivia?
Se agradece el cumplido. Aunque no creo en estrellatos, menos en poesía. No vivo la vida en función de la posibilidad de eso que el sistema llama “éxito”, porque el éxito es para mí el fracaso del deseo. Me gusta esa línea de Vallejo que dice: “Se debe todo a todos”. En una palabra, y siguiendo con la figura futbolera, me honra sobremanera haber sido incluido en el equipo de poetas de este importante evento.
¿Es posible que la poesía —una experiencia íntimo y hasta silencioso— se convierta en espectáculo? En este sentido, ¿para qué sirve un festival?
La poesía siempre es eso que usted dice, aunque se recite a los gritos o se cante. Y también, en un silencio apenas susurrado, puede ser un espectáculo. La medida la da la intensidad.
Respecto a la segunda parte de la pregunta, le diría que buscarle utilidad a un festival —vale decir, a un diálogo de la imaginación; un encuentro entre las intuiciones, las ideas y las invenciones— sería como buscarle utilidad a la propia poesía. Una vez le preguntaron a un gran poeta, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, para qué servía la poesía, y él respondió: “la poesía no le hace los mandados a nadie”.
(Entrevista publicada el 7 de febrero de 2010 en Tendencias, suplemento del periódico La Razón de La Paz).
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