Sueño del baño turco
“Ô parfum chargé de nonchaloir!”
Les fleurs du mal. Charles Baudelaire
Sólo una orden puede interrumpir la indolencia femenina,
la fantasía del ojo que abarca la magnificencia del harén,
goce de la mujer con su turbante. La tibieza de los cuerpos
es una flor extraña en el sueño de las más jóvenes
ajenas a la bárbara melodía de laúd y pandereta.
Las hay georgianas, circasianas, eslavas, entre las favoritas
al gusto del señor que todo lo dispone.
La escena no cabe en la lujuria del imponente mirón,
predomina el olor sutil de almizcle en el óvalo perfecto.
La inclusión de la mirada que determina el placer del hombre,
el oscuro dintel de entrada a lo desconocido,
la dolorosa impotencia del sultán poderoso.
El inquilino
(a Paul Bowles)
Sonaba en la calle una grabación de la cofradía gnauaen un charco turbulento
y el inquilino se despertó confuso,
con profunda sensación de desamparo.
Paseó la vista por la habitación en penumbra
y advirtió que aún faltaba hasta que le sirvieran
su acostumbrada infusión de especias,
y con el corazón fúnebre de una rosame confesó que se durmió vestido.
Le dije que yo también me despertaba
con sabor a arena en la boca
y que nunca había asistido a una ceremonia secretade ñáñigos en Cuba. Él sí.
El día había comenzado con signo favorable
y de nuevo se escuchó la música en la calle,
un grito de mujer, y las palabras dejaron de contar
para ser dulce deleite del idioma
en el bochorno salobre de la tarde.
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