Entrevista publicada en el periódico La Razón.
Arturo Carrera. La segunda versión del Festival Internacional de Poesía, que se realizó en La Paz, Oruro y Cochabamba del 14 al 20 de marzo, tuvo entre sus invitados al poeta argentino Arturo Carrera (1948). Autor de una extensa obra (una veintena de libros de poesía, traducciones y ensayos), el poeta se refiere a algunos de los elementos de su poesía: el juego entre lo cotidiano y lo extraño, la relación entre la vida y la escritura y los íntimos lazos entre la poesía propia y la de los otros.
- Comencemos hablando de su obra. Uno de sus libros más celebrados es Arturo y yo. Desde el título parecería que hay un registro volcado hacia lo autobiográfico...
- Toda escritura en gran medida es la grafía de la vida. A lo largo de toda mi obra aparece este registro: el acento puesto en lo cotidiano, pero lo cotidiano perdiéndose en lo extraño. En Arturo y yo, más que una entrada a la biografía hay una entrada a un trabajo del texto diferente, a una propuesta de escritura más coloquial quizás, pero al mismo tiempo que rescata aspectos de la tradición poética argentina, como la poesía de Baldomero Fernández Moreno. Y al humor, que juega con la duplicidad del poeta y el personaje, con un poquito de desdén hacia esa poesía tan alta que empieza a concretizarse en algo que yo llamé metáfora descendente: en lugar de elevarse al cuadrado como ocurre en el barroco o el neobarroco, la metáfora se saca los coturnos y se pone a otro nivel.
- Al leer La banda oscura de Alejandro, tuve la impresión de que el tema es sólo un dispositivo, un disparador, que da lugar a una exploración de largo aliento, a un buceo de fondo…
- Eso es, precisamente, mi escritura. A partir de pequeños núcleos de sentido voy explorando, metiéndome cada vez más. Freud decía que es la pulsión de querer saber más, cada vez más. Pero también Freud se preguntaba: ¿Querer saber qué? Se trata de avanzar hacia lo más esencial, hacia el seno materno. En mi poesía hay algo de eso. Lo que uno busca es el origen, el primer momento, cuando la palabra no era un concepto, cuando la voz era un gemido. Pero es una búsqueda que no tiene un resultado definitivo. Uno no sabe si va a encontrar algo, pero sigue buscando… En La banda oscura de Alejandro hice un descubrimiento astronómico. Es la banda oscura que existe entre el arcoiris primario y el arcoiris secundario. Cuando miramos el arcoiris pensamos que hay dos arcoiris. Es que uno es la inversión del otro. En ese juego, que también es simbólico, traté de gestar todo el libro. Así voy buscando siempre cosas que me producen una emoción estética muy grande y luego las transformo, las ligo con la propia vida. En ese sentido puede decirse que mis poemas son autobiográficos.
- En su poesía hay temas que no responden a la idea tradicional de la poesía. Son, en el sentido estricto de la palabra, temas excéntricos, es decir que no están en el centro…
-Esa excentricidad hace que uno se vuelque más hacia las formas que hacia los sentidos, que son, como ya lo decía, cotidianos, pero que alcanzan su camino en la extrañeza. Además, desde la infancia hasta el presente uno está ligado a ciertos rostros, a ciertas personas… La poesía está ahí, en esos desplazamientos, en esa comunicación. Hay un poema de Yeats que dice: No me juzguen solamente por lo que yo soy sino con relación a estos rostros que les muestro, mi gloria está ahí, en lo que fueron ellos. Yo creo que uno es lo que leyó, lo que amó…
-Esa idea de ser los otros hace pensar en la traducción, otra de sus ocupaciones.
- Yo considero que la traducción es querer ser como es el otro, aún más: la traducción es querer ser el otro. En ese movimiento uno descubre su propia vida, incluso su propia poesía. Yo empecé a traducir lo que amaba, lo que más me emocionaba. Así fui a encontrar, por ejemplo, la poética de Yves Bonnefoy. Traduje una buena parte de su obra.
- Qué le atrajo de la poesía de Bonnefoy.
- Es misterioso. Es uno de los poetas que se ha apartado de ese mundo fácil de ciertas estéticas. Por ejemplo, podía haber pertenecido al movimiento surrealista y fue un excéntrico a ese movimiento. Trabajó mirando mucho otras actividades, como la pintura y la arquitectura, y de todo ello hizo reflexiones que entran en su poesía. Y también fue traductor. Es el gran traductor de Shakespeare al francés. Sobre todo es un gran poeta. Pero también tengo mis otros poetas: Umberto Saba, Lezama Lima, César Vallejo. Vallejo fue el primer poeta que amé profundamente, sobre todo del mundo de Trilce. Finalmente, uno está hecho de todas esas figuras que amó.
- Por lo dicho no resulta claro por qué su obra ha sido asociada al neobarroco
- Yo escribí dos libros, La partera canta y Mi padre, que tenían una estructura que podía ser tomada como un exceso, como una abundancia metafórica. Y eso fue tomado por algunos poetas, como Néstor Perlongher y Severo Sarduy, como neobarroco. Yo creo que son nominaciones, momentos de la historia, que yo no desdeño, pero yo podría decir que soy un neobarroco de la simplicidad, o que amo la concisión de lo extenso (risas). Lo que ocurrió con el neobarroco es que fue un movimiento que no tenía una definición precisa. Y eso me parece que lo enriqueció. En un libro sobre el mundo neobarroco de Omar Calabrese aparecen dos elementos fundantes: el detalle y el fragmento. En la literatura neobarroca lo que abunda es el detalle. Mientras que en lo mío existe más bien lo fractal, lo fragmentario. Pero lo fragmentario está unido por debajo a su referente. Es un fragmento, pero no desligado de un bloque de sentido. Yo trabajo así. Temáticamente hay un registro coherente, pero en la forma abunda lo fragmentario.
Rubén Vargas.